ALBERTO OJEDA
Era poco previsible que Julián Ríos, autor de elevado fuste intelectual, consagrado a la experimentación con el lenguaje, escribiera un libro sobre la figura de Lady Di. Y sin embargo lo ha hecho. Puente de alma es su tributo a la diva del papel cuché. Pero no teman sus incondicionales. El autor vigués no ha vendido su pluma al morbo barato. Su última novela es un análisis en torno a la construcción de los mitos contemporáneos. Sólo que en lugar de hacerse en tono ensayístico, con un pensador formulando sus teorías en primera persona, aquí los que hablan son una pléyade confusa de personajes (artistas, escritores, agentes de seguros, buscavidas ...), pero todos con una misma obsesión : la princesa y la oscuras causas de su accidente. P.- ¿Tenía algún interés en Diana de Gales antes de su accidente? ¿O fue el accidente y la eclosión del mito subsiguiente lo que le enganchó a su historia? R.- Fue un collage o más bien una colisión de imágenes y un recuerdo. Poco después de la muerte de la Princesa, al espectáculo incesante de peregrinos y turistas congregados alrededor de la Llama dorada de la plaza de Alma, esa réplica de la antorcha de la estatua de la Libertad que ha pasado a ser la de una nueva diosa Diana, se superponía mi recuerdo fugaz de Diana de Gales, unos diez años antes de su muerte. En aquella época, en Londres, yo pasaba con frecuencia por una calle del oeste de la ciudad llamada Sterne Street. Es la única en Londres que lleva ese nombre emblemático, aunque no en honor del autor de Tristram Shandy. Y voy a permitirme una nueva digresión para indicar que Laurence Sterne es el genio tutelar de Puente de Alma. En Sterne Street había entonces un exclusivo club de tenis que frecuentaba Diana de Gales. Tal vez venía de una de sus partidas en ese club, cuando la vi a mi lado, al volante de su descapotable verde, detenido ante un semáforo. El disco rojo pasó al verde, y el Jaguar verde salió zumbando hacia Holland Park Road. Ese "feu rouge" acabó encendiendo la Llama dorada. P.-Aunque más que de Diana de Gales, la novela es deudora de la turbamulta de colgados que peregrinan a diario hasta el puente... R.- Sí, esos peregrinos son con frecuencia peregrinos, y aportan su grano de locura y de sal. Pero hay otros muy cuerdos de los que me acuerdo, como el solitario y lúcido Lon Alonso o el fotógrafo Delsena. P.- La escritura ha de ser creativa. Así lo suele afirmar usted. ¿Cuál considera que es la aportación original que brinda a su obra Puente de Alma? R.- A toro pasado, cuando el autor ya es otro, un lector más, me parece que esta Diana, con sus 8 libros o partes, es una novela "postoral". Las distintas voces de los personajes pasan por el tamiz de la memoria del narrador que las reproduce al cabo del tiempo y las integra en su propia voz. Guardando las distancias y las enormes diferencias, también en Puente de Alma, de modo análogo a la novela pastoral La Diana de Montemayor, los distintos personajes y sus historias confluyen en un mismo espacio, a orillas del Sena en mi novela. Ocurrencia que brindo a algún estudiante falto de tema para su tesis o, como dicen los franceses, "en mal de thèse". P.- Se van a reeditar en los próximos años sus anteriores libros. ¿Con qué ánimo afronta esa tarea de revisión de lo escrito en el pasado? ¿Le ilusiona y estimula o le da pereza leerse a sí mismo? R.- En los últimos años he tenido que releerme bastante, para revisar diversas traducciones. A veces me digo en plan de broma que cada vez se lo pongo más fácil a los traductores para no tener que sufrir tanto después. Es broma, desgraciadamente. Porque al disimular las dificultades -y creo que un texto está sostenido por su parte oculta, como un iceberg-, al esconder entre las palabras otras palabras o alusiones destinadas únicamente al ojo del curioso lector, puedo despistar al traductor no precavido. Al final de la pagina 274 de Puente de Alma, por ejemplo, el lector no necesita ver o quizá no puede alcanzar a ver que una mariposa escribe en su vuelo cierto nombre. Pero el traductor, que ha de leer con lupa, debe inscribir también ese nombre oculto en su versión. Y yo le pido al lepidóptero que se lo deletree de nuevo. En cuanto a la reedición de mis libros, nunca quito ni añado nada, salvo corregir las erratas. Si creo que un tema ofrece posibilidades de nuevo desarrollo, ya habrá ocasión de retomarlo más adelante. Esa es la ventaja de escribir en espiral. P.- ¿Es la prisa el principal enemigo de la literatura en esta época, el principal impedimento para que maceren los buenos libros? R.- La prosa en tiempos de prisa es en su mayor parte equiparable a la producción industrial de aves en batería. Pero en literatura lo que en definitiva cuenta es la "rara avis". P.- ¿La omnipresente espiral en la literatura de Julián Ríos se dirige hacia algún sitio concreto? R.- Escribir es dirigirse hacia lo desconocido. P.- ¿La idea de regresar a España le pasa alguna vez por la cabeza? ¿O es un asunto sin cabida entre sus pensamientos? R.- Lo dije ya y no encuentro mejor fórmula: Me gusta tanto volver que prefiero hacerlo con frecuencia. Como se ve, me gusta el eterno retorno. P.- Por cierto, ¿le interesa algo de lo que se publica por aquí últimamente? R.- España tiene la fortuna de contar actualmente con una serie de nuevos narradores que han comprendido muy bien que no se puede hacer la literatura del siglo XXI con recetas y récits del XIX. Algunos nombres destacados, y la lista alfabética no es exhaustiva: Fernando Aramburu, Agustín Fernández Mallo, Eloy Fernández Porta, Juan Francisco Ferré, Robert Juan-Cantavella, Javier Pastor, José María Pérez álvarez, José María Ridao, Germán Sierra, Manuel Vilas…
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