miércoles, 2 de mayo de 2007

KAFKA, EL ÚLTIMO MOTORISTA

A la memoria de Max Brod


Son muchos los escritores y críticos literarios que desautorizan al hombre que se erigió en heredero del legado de Kafka, el ya polémico Max Brod. Lo que se dice de Brod es más o menos lo siguiente: que dio una imagen interesada y subjetiva de su amigo y de su literatura, que no entendió bien la forma de trabajar del autor de El Castillo y que metió la mano en esa vorágine indefinida e ilimitada de los manuscritos de Kafka. En realidad, de Brod se dice de todo. Kundera lo motejó de remilgado. Ahora el filólogo alemán Reiner Stach ha emprendido una cruzada para “desbrodizar” a Franz Kafka.

Franz Kafka es quizá el escritor más importante del siglo XX, el más influyente y el más original. Kafka es un monarca absolutista de la literatura, un emperador. Sólo que Kafka no fue Kafka mientras Kafka estuvo vivo. Esa es la mayor originalidad de todo este entramado que nos conduce a los arrabales más contingentes y siniestros del arte contemporáneo. Kafka representa la ascética del siglo XX, y la mística. Kafka no fue nunca un escritor tal y como hoy lo entendemos. Ni concedía entrevistas ni le agobiaban los editores para que entregase un nuevo libro. Ni daba conferencias ni fallaba premios ni le daban premios. Ni le llamaban los periodistas ni le invitaban los políticos ni opinaba en la prensa. Ni reseñaban elogiosamente sus libros o no elogiosamente, porque no había libros que reseñar. Ni siquiera hablaban mal de él, porque nadie sabía que existía. Kafka es un regreso al origen de la palabra. A Kafka la literatura le traía sin cuidado. Eso se lo dejaba a Thomas Mann y a todos los demás. Todos los demás que somos ahora todos nosotros. Nosotros, los lectores y los escritores de hoy.

Kafka es el luto. Pero también es un luto cómico, y es la gran comedia del viejo pleito entre los hombres y los dioses. Los devotos de Kafka lo leemos con la admiración más grande de la que somos capaces. Yo siempre supe que Kafka era otra cosa. Dice Stach que Kafka jugaba al tenis, acudía a los prostíbulos y que tenía una moto. La moto de Kafka, sin duda, sería digna de figurar en un futuro museo del praguense universal. “Esta es la moto de Kafka, la moto con la que Kafka cruzaba Praga como una exhalación metafísica, deportiva, judaizante”, es lo que bien podría decir el pie de la foto del catálogo de esa fantástica exposición. ¿Usaba la moto para llegar antes al prostíbulo o a la Compañía de Seguros en la que trabajaba? Kafka subido en una moto es una greguería kafkiana. El Kafka de la moto se parece poco al Kafka torturado de la habitual iconografía del autor de La transformación. Ahora hay que llamar así a La metamorfosis. Como América ha pasado a llamarse El desaparecido. Es más bonito el título de “América” que el de “El desaparecido”, dicho sea de paso.

Pero pobre Brod, qué injusta es la gente con quien está permitido ser injusto, y con Brod ya lo está. Kafka (“ah, sí, un amigo de Max”, decía la gente) era un don nadie, una especie de loco incomprensible que escribía por las tardes sin orden ni concierto, entregado a la máquina pesada de una soledad enferma y castigadora. Un loco motorista, esa es en todo caso la novedad. Un loco más, entre miles de locos que escribían por las tardes durante las dos primeras décadas del siglo XX en ciudades tristes y aún silenciosas del centro de Europa y que empleaban la moto para llegar con prontitud al prostíbulo o a la pista de tenis. Largas horas de las tardes junto al Moldava entregadas a una escritura inútil. Fue Brod, su amigo, su otro yo, quien lo sacó de ese dorado infierno en que ardía sin sentido. Brod y Kafka simbolizan la amistad de más trasfondo alquímico de la historia de la literatura. Porque más que amistad lo que hubo entre ellos fue una metamorfosis. En realidad, los dos son uno solo. Dos judíos en la Praga de principios de siglo, entregados a las duras especulaciones sobre la condición humana. Porque fue Brod el que, antes que Kafka, se dio cuenta de quién era su amigo. A Brod le apeteció que Kafka fuese Kafka. Yo, en su piel, quizá hubiera quemado El Castillo. No se me ocurre un castigo mejor para la raza humana que privarla de un espejo firme. Imagínense ustedes, una tarde de invierno de 1924 (Kafka había muerto en junio), el ocioso Brod está mirando el fuego de la chimenea y dice “a ver que tal arden estos ilegibles quinientos folios tan amarillos y así me ahorro un poco de leña, que ha subido mucho últimamente”. Kafka nunca supo que era Kafka. Esto parecen olvidarlo casi todos, casi todos los kafkianos que tantas pegas y desdenes infligen al pobre Brod. Pero, quién era Kafka sino lo que Brod imaginó que Kafka sería. Que Brod fuese celoso de Kafka era lo normal. Pues Kafka fue la gran novela de Max Brod, y díganme ustedes qué novelista no es celoso de su obra.
Cualquier hombre culto de los años veinte (editores, escritores, intelectuales) hubiera pensado lo que cualquiera pensaría hoy de encontrarse con manuscritos que narran pesadamente fábulas incomprensibles, absurdas: un loco más, otro chiflado en pos de la trascendencia de sí mismo. Un escritor más que llama a la puerta de un editor, de un periódico, de una revista. Sin embargo, Brod no pensó así. Todos los kafkianos hostiles a Brod son, en el fondo, una cuadra de hipócritas desmirriados. ¿Qué hubieran hecho ellos ante esos manuscritos ilegibles, dejados a la muerte de un don nadie quejumbroso, oscuro y engominadamente tuberculoso? Ni los hubieran leído. Como mucho, los hubieran guardado unas semanas, y luego los hubieran devuelto a los padres del finado, para que éstos finalmente los tirasen a la basura el día de la limpieza semestral o anual. Patas arriba la casa, qué hacemos con las cosas del difunto Franz, tal vez haya llegado el momento de quemar estas cosas. Antes, las páginas escritas se quemaban. Hoy, se tiran a los contenedores. El mundo está lleno de manuscritos que van y vienen. Lo saben bien los editores, que tienen sus casas llenas de árboles impresos. Pero, dios mío, ¿por qué estos manuscritos sí, y aquellos otros, con millones de hojas escritas, no? Preguntádselo a Brod. El fue quien decidió que aquello era Kafka antes de que existiese Kafka. El fue el primero que lo vio y lo entendió. El era más Kafka que Kafka. El, Brod, y sólo Brod, lo supo, y lo sigue sabiendo, allá en las alturas donde los judíos buscan el soplo que creó este mundo, este deshabitado mundo de todo soplo divino.

13 comentarios:

Anónimo dijo...

Puede que Kafka fuese el escritor más importante del siglo XX, pero no creo que fuese el "más influyente" como dices tú, Mr. Vilas.
Por lo demás, eres brillante, sí. Muy bueno lo de la moto. Ya vemos que lo de los motoristas era un anzuelo.

Fernando dijo...

Manuel, no sé porque me ha parecido recorrer Praga subido en una moto saurica con todo el ruido del mundo...mientras mis poemas se iban deshojando en el viento...voviendo a lo que son, murmullos en el aire...saludos

Anónimo dijo...

Acojonante texto, Manolo.

Yo siempre pienso en Kafka como en un vampiro. No sé. Será por la imagen de murciélago de oficina que proyecta en las fotografías que de él se conservan.

Un vampiro, un no-muerto merodeando por las cuestas del castillo de Praga. Uno de tus vampiros.

Aunque quizás Max Brod es el vampiro.

Anónimo dijo...

Mil gracias por vuestros comentarios.

A Ana: sí, creo que tienes bastante razón, pero fíjate cuánto anda Kafka en boca de todos los escritores del mundo, etc, etc. El último libro de Murakami se titula "Kafka en la orilla".

MV

Anónimo dijo...

Sí, Kafka por todos los lados:

Yo me acuerdo de un grupo español de los 80 que se llamaba "Agrimensor K" (luego se llamaron "La dama se esconde").

Anónimo dijo...

Manolo, ya sé que estás leyendo poemas en Barcelona este sábado. He visto el programa de poesía de Barcelona. Iré a escucharte si no me lo impide el curro.

Paula dijo...

Vengo del blog de Fernando, recién enterada de que te has lanzado a la blogosfera sideral...

Y al dejarte un saludo, me encuentro con Kafka atravesando Praga en moto...

Brillante final, el de tu artículo.

Pues eso, que un placer leerte

Un abrazo

Luisamiñana dijo...

Toda obra artística, la que sea, necesita un Kafka y un Brod. A veces son dos personas distintas y a veces están en la misma. Sin duda creo que para nosotros, apéndices del mundo que Kafka vio muy bien, fue mejor que Brod fuera otro.

Anónimo dijo...

Kafka significa "corneja" en checo; por eso el emblema de la tienda de paraguas que regentaban los padres del escritor en Praga
era una de esas aves posada en una rama.

Algo de corneja sí tiene Franz en las fotografías.

Joseóscar dijo...

Impresionante texto. ¡Kafka motorista, atravesando Praga cual Johnny Blaze/Ghost Rider! Los de esponjiforme.com amenazaron hace un tiempo con un concurso de relatos que debían de estar protagonizados por Kafka y pertenecer al género porno...
Dicen que a K no se le puede imitar... Pero: ¿"El desierto de los tártaros" de Buzatti, "Los inconsolables" de Ishiguro, incluso a ratos "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo" de Murakami, se me ocurren a bote pronto?
Kafka motorista, ¡impresionante!

Anónimo dijo...

me has provocado una idea:
primero hace falta un editor valiente que sufrague los gastos de la búsqueda: todas las pragas de la europa contemporanea hacen brotar generación tras generación jóvenes kafkas que, para nuestro desconsuelo, sí quieren ser kafkas, y de qué modo pero algunos de estos kafkitos no caen en las redes del pop ni en las drogas ni en las oposiciones así que escriben.
muchos de ellos se suicidarán, otros morirán espectacularmente y dejarán escritos que nosotros publicaremos.
con el dinero que ganemos podremos escribir mucho o seguir buscando.
¿conoces algún editor que pudiera interesarse en un proyecto así?

Anónimo dijo...

Querido Piter: no, no es eso, no era esa la cuestión. Un abrazo. MV.

La independiente dijo...

Hola Manuel,
Me ha parecido un texto genial. Sin paliativos. Sólo quería dejarlo escrito.

Así que aquí estará el halago hasta que el gran apagón californiano acabe para siempre con los datos de Blogger . Y con la civilización, claro.