lunes, 14 de noviembre de 2011

"LA MULTITUD QUE CAMINA" (ARTÍCULO EN "ABC CULTURAL")


LA MULTITUD QUE CAMINA



Los seres humanos somos capaces de pensarnos muertos de mil maneras distintas y ninguna de ellas es verdad. Los zombis nunca me dieron absolutamente nada de miedo. Tampoco asco. Son una creación cultural tan pop como las patillas de Elvis Presley. Cuando los veo en la tele o en el cine, me dan ganas de darles un beso en su boca nauseabunda y retorcida. Van todos tan juntitos siempre, en manada, se supone que vienen de entre los muertos. Pero son tan cutres los zombis, degradan tanto la muerte, que acaban convirtiendo al resucitado en un mendigo. Parece una lección última del capitalismo moral: si resucitas, aun es peor. Descansa en paz, no vuelvas, ni se te ocurra volver; desde la muerte se regresa solo para dar más pena aún que la pena que diste mientras estabas vivo. ¿Por qué las uñas de un zombi, tal como se vieron en el primer capítulo de la primera temporada de la famosa serie televisiva americana The Walking Dead, tienen que ser tan rematadamente asquerosas? ¿Por qué la muerte debe ser tan irrespetuosa con la manicura clásica? Es una cuestión de trasfondo social. Los zombis son el proletariado del Más Allá, son la masa barata, el contrapunto de los altos espíritus de los ángeles, de las criaturas resplandecientes y de los vampiros pijos de Crepúsculo.
Para que quede claro que los zombis son escoria política, el primer capítulo de The Walking Dead se abre con el fusilamiento cerebral de una niña zombi, que arrastra un osito de peluche. Nos gusta que maten a un niña zombi, no vemos niñez ni inocencia en ella, solo vemos miseria y excremento. Miseria y alienación son dos conceptos políticos. Por cierto, hay un personaje en The Walking Dead que es clavadito al cantante español Peret. Me refiero a Dale (interpretado por Jeffrey DeMunn). Dale y Peret tienen el mismo toque visual de barba blanca, el mismo mentón, la misma cabeza. Cada vez que veo a Dale en la pantalla de la tele, pienso que en cualquier momento va a romper a cantarles a los zombis “una lágrima cayó en la arena, en la arena cayó tu lágrima”. Zombis y rumba catalana.
Desde que los inventó el director de cine George A. Romero en la legendaria película La noche de los muertos vivientes (1968) hasta la serie de televisión The Walking Dead (2010) los zombis han campado a sus anchas por el mundo de los vivos. Romero les atribuyó una cualidad fundamental: que van a dos por hora. No corren. Eso pensaba Romero: que la muerte era lenta, que la muerte te convertía en el cochambroso caracol más lento del universo. Romero se inventó un bicho humano al que poder pegar tiros en la cabeza sin remordimiento alguno. Romero se inventó la democratización de Drácula. Se inventó un submundo muy mexicano. La estética zombi se basa en los grotescos esqueletos mexicanos, en la Santa Muerte. El no-muerto perdía su aura romántica, le era retirado su encopetamiento aristocrático. El no-muerto se convertía en masa. Porque la característica del zombi es ser masa, y ser nadie. El zombi nunca estuvo vivo. Lo que arroja un saldo metafísico: la vida no existe.
El principal horror del zombi es que va en manifestación, es decir, es un colectivo, por tanto, el zombi tiene argumento político. Entre los zombis no hay distinción social. El zombi es pobre. No hay líderes entre los zombis. Parecen comunistas mudos. Sí, son comunistas. O mucho peor: anarquistas. Además, han perdido la subjetividad del mundo burgués. Exactamente, son “anarcomoribundos”. Me hace gracia pensar en la posibilidad de que Lenin fuese el primer zombi de la Historia. Yo creo que los zombis incluso pudieran simbolizar la demonización naïf que la cultura popular americana hizo del bolchevismo.
No tienen ocio los zombis. ¿Qué hacen mientras no persiguen vivos? Se quedan por ahí tirados, en las calles. Son vagos, perezosos e inútiles. Se sientan en una butaca de autobús derruido y allí se quedan, a la espera de oler a carne humana o a la espera de oír algún ruido. No son capaces ni de ponerse la camisa por dentro del pantalón. Sus harapos representan el terror que nos inspira el Tercer Mundo. Porque el Tercer Mundo es un mundo de zombis. Estoy esperando una película de zombis musulmanes. Cualquiera se atreve con eso. Imposible. Hay zombis negros, chicanos, chinos, indios, pero no hay zombis musulmanes. ¿Zombis etarras? No sé. El cientificismo con que a veces se decoran estas películas es chiripitifláutico: que si es un virus que bloquea el cerebro, que si un mordisco te contagia, que si no haces ruido no se enteran de nada, y que por eso es mejor rematarlos con silenciosas flechas de ballesta.
A mí me gusta cómo el protagonista de The Walking Dead, el sheriff Rick Grimes dispara con su revólver. Me gusta cómo suda matando zombis. La esposa de Rick tiene un rollo con Shane Walsh, el amigo íntimo de su esposo. El lado de los vivos es bastante sórdido. Esto se lo inventó Romero, el hecho comprometido de que los vivos que luchan contra los zombis sean desleales y perversos. Igual quería Romero que dudásemos si estar con los zombis o con los supervivientes, o lo que es peor: que no advirtiéramos ninguna diferencia entre vivos y muertos. Esa es la parte que menos me gusta del reino de los zombis: su relativismo, su profunda desesperación, su apocalíptica mirada.
He vuelto a ver algunas viejas películas de George A. Romero. Son tan aburridas que casi me resultan conmovedoras, pero claro, no me dan nada de miedo. Ya nada me da miedo, será que me he hecho viejo. Vi una de 1985, titulada El día de los muertos. En ella, un científico loco consigue amaestrar un zombi. El zombi amaestrado parecía un mono que sabía coger un teléfono, empuñar una pistola y abrir las páginas de un libro. La cultura de la supervivencia extrema es patrimonio del cine estadounidense. The Walking Dead actualiza esa cultura, es una cultura de la tristeza, del pesimismo y del aniquilamiento. El zombi es una metáfora del miedo a todo, del miedo a la vida y a la muerte, de ese pánico generalizado, tras el 11-S. El zombi no existe. La muerte sí. Y la muerte es humana y racional. La muerte de los seres humanos no es ridícula, el zombi sí lo es. ¿Qué hacer con un zombi? Lo que siempre se ha hecho: darle una limosna, un euro para que se compre una Coca-Cola.



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MV, "Abc Cultural", 12-Noviembre-2011.

7 comentarios:

Antonio Rivero Taravillo dijo...

Puro Eliot en The Waste Land:

A crowd flowed over London Bridge, so many,
I had not thought death had undone so many.

Anónimo dijo...

A ti te quería ver yo delante de una zombi con su bata abierta y con el librito, qué vicio y qué flamenca y con su agua limpia... Qué rica!

Artaraz dijo...

Ja,ja,ja, Vilas, eres la repanocha, con perdón por tan sutil palabra. Los zombis, da igual vivos que muertos, van a votar, se les adiestra, van en manada, los zombis, jajaja. Al final este fin de semana pude ir a ver Melancholia, la exposición está en mi blog, por si quieres pasar a leerla: lo mismo hasta te interesa.

Letr@herido dijo...

Genial, Manolo, me ha gustado mucho. Tiene todo: humor, crítica social, pensamiento, visión personal de las cosas, estilo propio. Muy bueno. Enhorabuena.

Anónimo dijo...

Yo creo que hombres radiactivos comerán hombres radiactivos, lo dijo Bukowski así será. Manuel E

Anónimo dijo...

Por si no la has visto: "Están vivos", de Carpenter. Mala como ella sola, y tan aburrida como Romero, pero más kitsch. Eso sí, políticamente increíble en USA. La clase media está formada por zombies-xtraterrestres, controlados por un rayo que se transmite por la televisión, la prensa y la publicidad. El héroe, con unas gafas especiales, puede distinguir a los zombies de los no zombies. Va por la calle volándole la cabeza con su escopeta a señoras del PP, a directivos de la CAM, sin nignún remordimiento. Los zombies no son el proletariado, son la clase media. Los vivos hacen la revolución.

Jorge Ramiro dijo...

Jaja, quiero que vengas a la próxima fiesta de Halloween en el hotel en Las Vegas donde trabajo. Hay gente con disfraces que realmente asustan, acá nada es improvisado.