(foto: Chus Tudelilla)
Con indudable acierto, el editor de la novela Aire nuestro de Manuel Vilas eligió como imagen de cubierta una ilustración del dibujante israelí Tomer Hanuka. El acierto se debe no solo a las dotes extraordinarias de Hanuka como dibujante, sino fundamentalmente a la condición limítrofe y fronteriza que la imagen ofrece. En primer término, un jardín asolado por los restos contaminados de una civilización que, imperturbable, presenta al fondo su perfil más esperanzador.
La imagen de Hanuka nos remite al dibujo oriental, en su resolución técnica y fundamentalmente en la relación que establece entre el escenario que ocupa el primer plano y el que sitúa en el horizonte. Uno de los tipos más celebrados en el arte de los jardines orientales es aquel que incorpora en su diseño un escenario distante, un paisaje prestado, noción que en japonés se conoce con el término de shakkei. El vínculo entre el jardín propiamente dicho y el paisaje prestado se realiza mediante diversos elementos intermediarios, como superficies de agua, tal como ocurre en esta imagen de Hanuka. Imagen por otro lado que actúa como un auténtico encuadre de escisión donde va a tener lugar el desvelamiento de algunas de las incertidumbres del hombre contemporáneo.
De nuestra condición limítrofe y fronteriza ha sabido dar buena cuenta Eugenio Trías en su “filosofía del límite” que, frente a las propuestas posmodernas de disolución de la razón, propone una razón crítica que encuentra en esta frontera entre ella y sus sombras el lugar de su emergencia. Una razón fronteriza que se expande de forma transversal por todos los ámbitos que son específicos de la filosofía: estética, ética, religión y reflexión cívico-política. Una propuesta de razón, en definitiva, que permita esclarecer eso que somos. Trías tiene clara la condición resbaladiza que conlleva el concepto de límite, su invitación constante a ser traspasado, transgredido, revocado. Pero también sabe que es precisamente en las fronteras donde se producen siempre importantes fenómenos de colisión y mestizaje, donde todo pierde su identidad.
Manuel Vilas decide situarse en la frontera, y desde la frontera crea ficciones con la certeza de que lo que une arte y realidad no es la verdad, sino la ficción, producida y sustentada sólo por su representación cultural. Una idea que la posmodernidad plantea, al sostener que el artista se acerca a la realidad a través de imágenes transparentes, libres del peso de la representación ilusionista.
Y desde la frontera, Manuel Vilas cruza extensiones geográficas de dimensiones arbitrarias en un inmenso tiempo, sin límites, libre como el espacio de toda convención. Y así, el paisaje, el tiempo y el propio cuerpo desaparecen de sus ficciones épicas.
Nuestra arquitectura actual, señaló Baudrillard, son grandes pantallas en las que se reflejan átomos, partículas y moléculas en movimiento. No una escena pública o un verdadero espacio público, sino gigantescos espacios de circulación, ventilación y conexiones efímeras. La televisión es el objeto definitivo y perfecto en esta nueva era, y con la imagen televisiva nuestro propio cuerpo y todo el universo circundante se convierten en una pantalla de control.
No por casualidad, Manuel Vilas elige la unidad discursiva de la televisión -capaz de relacionar con absoluta naturalidad los mecanismos de fragmentación y de continuidad, y de enfrentar al espectador con un mundo imaginario, mucho más pregnante que el real- como elemento articulador de una narración capacitada para enhebrar en su naturaleza inespecífica los más diversos códigos con la aquiescencia de un lector-espectador que desde el principio acepta de manera consciente el juego de la ficción.
Porque Aire Nuestro es el nombre de la multicadena de televisión hiperrealista que a través de sus once canales presenta la programación diseñada para el fin de semana. Una cadena de alta cultura televisiva que busca al espectador inteligente capaz de afrontar los nuevos retos de nuestra sociedad con espíritu crítico. Así se presenta Aire Nuestro. Todos sus canales son documentos históricos del siglo XX, elaborados con fuentes de primera mano. Reportajes del nuevo terrorismo, cine, magacines, musicales, informativos, entrevistas con cantantes del pasado y hombres del futuro, teleseries, reposiciones de grandes clásicos, fútbol inteligente, telepurgatorio, cine X y teletienda.
Todo es posible en AENE TV, una televisión mística y familiar, en la que los reporteros pueden hablar con sus seres queridos y con sus familiares fallecidos. Una televisión monstruosamente auténtica, que televisa lo que nunca ha sucedido ni ocurrirá jamás. Algo nada extraño por ser tan propio de la televisión del siglo XX, que emitía ficciones y todas eran reales. Estar ante la pantalla libera del tiempo porque AENE TV supera el tiempo de la realidad.
Los once canales de AENE TV pueden verse a la vez; está permitido zapear, intercambiar, manipular. No se habla del presente ni del pasado, ya lo ha explicado, sino del único tiempo posible: el tiempo sin límites, aquel tiempo inmenso libre de convenciones que como el paisaje y el propio cuerpo desaparecen en imágenes transparentes que atraviesan de uno a otro canal la geografía de la frontera en coches, muchos coches, todos diferentes, convertidos en especie de cápsulas, cuyo tablero de mando, al decir de Hal Foster, es el cerebro y el paisaje circundante se despliega como en una pantalla de televisión.
Manuel Vilas decide correr riesgos y abandona los caminos principales para situarse en los límites, en la frontera, lugar privilegiado donde suceden todas las historias de esta novela. Sólo así podremos ser espectadores del viaje que Johnny Cash realizó a España en 1977, acompañado de su mujer June Carter, para adelgazar. O compartir la estancia de Lorca, Whitman, Lezama Lima, Reinaldo o Larkin en sus celdas del Purgatorio; lugar donde Sergio Leone purga su osadía de inventar América desde Almería, sufre el desprecio de tantos y goza con la complicidad de Buñuel y Picasso. En el Purgatorio también localizamos a Pedro Laín Entralgo y Dámaso Alonso aplicando su oído a los pensamientos de Carla Bruni.
Y en un territorio de extensiones tan ilimitadas como las del tiempo, el coche del cantante español Tony Lomas es el único testigo de las terribles consecuencias del mal. Tan anodinas para un espectador de ficciones y por eso tan reales. Una historia que ocupa lugar central en la novela. Exactamente el centro del conflicto. Como la estampa número 43 en la serie de los Caprichos de Goya.
El fútbol inteligente reclama la acción de Juan Carlos I y de su hijo Felipe; una de las veces en Zaragoza precisamente, a bordo de un seat ibiza. Y del fútbol a las grandes reposiciones con la gran historia de Luis Cernuda, una historia que resulta ser un malentendido general pues, como confiesa, su odio en realidad era una ficción literaria, en absoluto real. Y la del Che Guevara, que por fin nos descubre las razones secretas del azar. Siguen los reality shows y el canal MTV con el proyecto de la consecución de la Gran España por parte de un grupo de activistas del Departamento Musical de la Nueva Derecha Española. En Cine X, las historias de Hércules y de Nuela. Y en Teletienda, la fiesta salvaje que seguirá a la destrucción total y la carta del hijo. La carta del hijo, una de las cartas más hermosas que celebran la vida.
Porque, como repite una y otra vez Manuel Vilas, todo en su novela quiere ser celebración. Y así, a lo largo de la programación de este fin de semana de AENE TV, la música de Elvis serena los ánimos y celebra de tal modo que pasa a ser uno de los elementos de continuidad que da unidad discursiva a la novela. Junto a Elvis, otro elemento de continuidad es, claro está, la propia identidad cambiante de Vilas, un recurso de desdoblamiento que multiplica su proyección autorial a lo largo de la novela; una constante de su escritura.
Aire nuestro es todo esto y mucho más. No sólo una multicadena de televisión hiperrealista sino la historia del aire nuestro, el viento salado, a veces dulce y siempre inteligente que en un futuro, allá por el año 4895, nos nutrirá, cuando ya el agua no sea necesaria.
Y claro está, Aire nuestro es una novela acorde con la naturaleza del sujeto actual, de suyo descentrado, lo que implica estar formado por identidades cambiantes y fragmentarias, y en ocasiones contradictorias. Lo explicó de maravilla Stuart Hall: “el sujeto asume diferentes identidades en diferentes momentos, identidades que no se unifican alrededor de un yo coherente. Dentro de nosotros existen identidades contradictorias, que parten en distintas direcciones, de manera que nuestras identificaciones están constantemente cambiando de lugar. Si creemos tener una identidad unificada desde que nacemos hasta que morimos, ello se debe solamente a que solemos construir un tranquilizante relato o ‘narrativa del yo’ sobre nosotros mismos.” Un asunto, este de la construcción de un tranquilizante relato, que no interesa en absoluto a Vilas.
Acierta Vilas al elegir a Elvis. En su libro Rastros de Carmín. Una historia secreta del siglo XX, Greil Marcus escribe que Elvis logró que el equilibrio cayera siempre del lado de la afirmación, ocultando lo negativo pero nunca disolviéndolo, sino manteniéndolo como principio de la tensión, de la fricción que siempre dio su empujoncito al sí del rock’n’roll. Elvis cambió las estructuras de la vida cotidiana en todo el mundo, y si aquello no condujo a ninguna revolución oficial, sí hizo que la vida en todo el mundo fuera más interesante, y la vida sigue siendo más interesante de lo que habría sido si Elvis no hubiera existido.
No sé si con sus libros Manuel Vilas cambiará las estructuras de la vida cotidiana en todo el mundo, ni si de conseguirlo provocará una revolución oficial, lo que sí sé es que con Aire Nuestro consolida la tensión y el delirio creador de su poético y deslumbrante universo literario.
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Chus Tudelilla, "Aire Nuestro", Turia, núms. 93-94, abril, 2010.