(foto Ramón Acín)
CONOCER LA REALIDAD, NO HUIR DE ELLA
A quienes hayan seguido la trayectoria literaria de Manuel Vilas (Barbastro –Huesca- 1962) no puede sorprenderles la atención y eco literario adquiridos por su última novela, Aire Nuestro (Alfaguara, 2009). A Vilas, como a los buenos vinos, le sientan de maravilla los procesos de maduración y de decantación. Procesos de los que el mismo autor, buen corredor de fondo –su andadura creativa comienza a inicios de 80 del siglo pasado-, parece ser muy consciente. Al menos, eso es lo que se desprende de los datos biográficos aportados en la solapa de Aire Nuestro. En ellos, el limado está muy presente y, por supuesto, trazado a conciencia. Sin duda, para Vilas queda lejos el largo proceso de “aprendizaje”, poético y narrativo, que le ha llevado hasta su actual bouquet literario, tan conseguido como alabado. Ése bouquet personal, innovador y especular a un tiempo, que sus seguidores tanto paladean.
Sin embargo, no debe olvidarse que libros poéticos como El osario de los tristes (1988), El mal gobierno (1993) o Las arenas de Libia (1998) han servido de puente magistral para que el lector de este caótico comienzo de milenio pudiera acceder a logradas apuestas posteriores como El Cielo (2000), Resurrección (2005, Premio Gil de Biedma) y Calor (2008, Premio Fray Luis de León). Y otro tanto puede decirse de Dos años felices (1996) y, en especial, del libro de artículos literarios La vida sin destino (1994), igualmente claves, al menos, para comprender ciertos andamiajes, siempre básicos, de Zeta (2002) y de Magia (2004), novelas que, estruendosamente, desembocan, primero, en España (2008) y, finalmente, en la actual Aire Nuestro.
A ambas les preceden las obras comentadas, en las que el autor ensaya -y transita- el territorio de aliento corto, el esquema del fragmento concentrado, la prosa de frase mínima pero significativa y bien construida, o el alambicado de historias que, sin embargo, saben abrirse siempre a la sugerencia. Textos e historias que, primero, parecen mostrarse risueños en busca de una aceptación grata, pero que, a la postre, sin apenas notarse, acaban estallando potentes en la cara de un lector atento. Manuel Vilas es dueño, por tanto, de un consistente pasado que debe ser tenido en cuenta y que es previo a la exitosa acogida de Aire Nuestro, además de traducir un entrenamiento de años. Un pasado sólido que ha sido edificado a conciencia y en el cual nunca hay olvido de la brisa de la tradición, ni tampoco dejan de atenderse los vendavales del presente, al tiempo que se busca avizorar el futuro. Para sus seguidores estaba cantado: más temprano que tarde, tenía que llegar el reconocimiento. Un reconocimiento, sin duda, merecido.
Aire Nuestro se inicia derrochando virtualidad. A tal nombre (Aire Nuestro TV, es decir, Aene TV) responde la ficticia cadena televisiva imaginada por Manuel Vilas. Una cadena que, a la medida de la imaginación de cualquier lector inteligente, con sus reality shows, su teleterrorismo su cine X, su Teletienda… es capaz de aunar pasado, presente y futuro. Circunstancia que posibilita el borrado de la línea delimitadora entre ficción y realidad, eje vital para la lectura de la novela. Lo virtual, por tanto, se constituye como mucho más que una posibilidad. De ahí que, al igual que los anuncios televisivos, las primeras páginas de la novela propongan adentrase en la ficción de lo posible como si fuese la misma realidad envolvente. Se trata al fin y al cabo de exponer el mundo que vivimos desde los parámetros de la televisión. El ardid está servido para quienes vivimos edificándonos -y edificando- en la actual sociedad de consumo. Y así, a través de la delirante programación de Aene TV – programación, además, ilimitada en el tiempo y en el espacio-, el lector (o espectador a lomos de la palabra que concita audio, imagen, memoria y deseo) se ve empujado, a caballo de la ironía y la diversión, hacia la duda permanente. Es decir, al cuestionamiento de todo cuanto “define” a la realidad social, edificada sobre pactos de ordenación que, por lo general, tienden descaradamente hacia intereses grupales o económicos en lugar de buscar lo común, lo social y lo solidario –por otra parte, palabras y esquemas gastados-. En suma, que partiendo de la mirada sobre la realidad –una mirada fresca, inteligente y, a la vez, divertida, pero que, pese a ello, no hace concesiones de ningún tipo al ordenamiento convencional- Vilas propone una furiosa y acertada visión sobre nuestro entorno. Una mirada, digamos de cariz vitalmente postindustrial, que ataca las falsedades sociales a día de hoy –amén de a lo políticamente correcto-, al tiempo que, entre risas, alienta hacia lo imposible. Sobre todo, si lo narrado se observa a partir del panorama de la aceptación bovina que cimenta las culturas del ocio y consumismo. A la postre, en la novela, mediante el cuestionamiento permanente de la realidad envolvente, surge la pretensión de entender el mundo o, al menos, ver algo de luz entre tanto caos.
Por otra parte, tampoco debe olvidarse que Aire Nuestro puede, sin problemas, ser también una mirada que, de forma novedosa, cuadra con la generación de esos nuevos lectores que son capaces de unir televisión y alta cultura, filosofía y entretenimiento, música pop o rock con sesuda enjundia, diversión y pensamiento… en un todo único y sin atender el dictado impuesto de una escala de valores ordenados y ordenadores.
Asimismo, como postura literaria, Aire Nuestro conlleva en su seno una fuerte voluntad de sobrepasar los modelos, temas y demás materiales que tradicionalmente han configurado a la novela. Aceptado el ardid antes comentado –adentrarse en la ficción de lo posible como si fuese la misma realidad envolvente- no hay problemas ni siquiera con el tiempo, la verosimilitud o la perspectiva. Como en cualquier programa televisivo, Aire Nuestro, parece dotar al lector de un mando a distancia, con el que, junto al ejercicio del rol de espectador, éste puede, además, de interactuar, “hablar” con los múltiples personajes que pululan en la obra. Asumido ese “concepto televisivo” como manera de lectura –algo que, por otra parte, conecta con la vida cotidiana del televidente- se hace añicos la sensación de absurdo, de irrealidad, la ya citada concatenación temporal y causal de los hechos, la falta de lógica o, incluso, el perspectivismo de lo narrado y de los materiales que conforman la narración. Y, todo ello, sin abandonar la coherencia. Al contrario, más bien, persiguiéndola. Sin tales ataduras, se puede asistir tranquilamente al espectáculo del viaje en coche por España de Johnny Cash, a las imposibles confesiones de Sergio Leone (en el magnífico canal del Telepurgatorio) o, por ejemplo, observar a Cernuda ante un imposible premio Cervantes, a un novedoso y renovado Elvis Presley… amén de otras varias ilusiones más que improbables. Ilusiones que, sin embargo, se aceptan sin problema alguno más allá del estadio de lo verosímil.
Aire Nuestro acaba siendo, por lo anterior, un in crescendo imparable, pues casi no existe ícono del siglo XX, nacional o mundial, cultural o social…, que no reciba su pertinente tunda de palos o caricias, prontas tanto a la risa como a la duda. Y todo ello, mediante el acertado uso de materiales fragmentados que, acunados y restañados en una suma fructífera, acaban por ofrecer una radiografía totalmente actual. Vilas sabe bien que lo fragmentario actúa hoy día como espejo preciso de la vida, puesto que ésta ya no puede asentarse en normas consideradas eternas, ante la herida mortal de la razón ilustrada, y, también, al carecer de ideologías precisas, de moral y de ética –los partidos políticos y las religiones, por ejemplo, descansan más en intereses espurios que en sus tradicionales ideas-. Más todavía, Vilas sabe que hoy se vive el caos y en el caos y que la televisión es la mejor expresión del mismo al diluir la línea que separa ficción y realidad.
En su reto de novela televisiva, Manuel Vilas ha buscado el disfrute y, por tanto, el intento de que el lector se divierta en la lectura. De ahí, la presencia del humor y esa “conversión” de la vida hecha novela en casi algo próximo a la mascarada. Una pretensión que no conlleva el hecho de que todo acabe siempre recubierto con el manto feliz de la carcajada, pues, subterráneamente, hay mucha tela en Aire Nuestro. O, dicho de otra manera, la novela se cimenta sobre la reflexión. Una reflexión que, por supuesto, pese al aire festivo mencionado, se inclina a la crítica mediante usos muy varios como el entredicho, el disparate o, entre otros, el manejo de una apacible faz irónica o paródica. Conjunción entre diversión y seriedad (delectare y docere clásicos) que no está servida de manera compacta, sino a través de los fogonazos que se descuelgan del zapping verbal, icónico o de la imagen de nuestra fragmentada realidad encerrada en la novela.
Además de este sabroso mestizaje entre la literatura y el mundo audiovisual sobre el que descansa la obra de Vilas -mestizaje que inyecta una moderna capacidad especular porque muestra la sociedad de hoy día entreverada de virtualidad-, hay mucho más. En Aire Nuestro se observa, por ejemplo, la posibilidad teórica de la ficción dentro de la misma ficción. Aspecto que puede hacer las delicias de los enamorados de la literatura, del arte –sobre todo pop-, del cine, de la música... En Aire Nuestro existe también el ensayo de una forma renovada de concebir la novela: Manuel Vilas, como ya hiciera en España y obras precedentes, dinamita en esta entrega el concepto tradicional del género: La unidad deja paso a lo plural interconectado. Se trata, de una fragmentación que, explosionando la unidad tradicional, posibilita la unión de manifestaciones artísticas, provenientes de campos diferentes e, incluso, de la vida misma –o estado anímico, digamos occidental-. Es decir, en lugar de un texto unitario, se apuesta por la unidad de varios textos interconectados. Y, todo ello, mediante la exposición de temas muy propios del mundo narrativo/literario de Manuel Vilas. Pienso en el tema de la identidad –con la españolidad como bandera-, en el del sexo, en el peso de la tradición literaria española y su obligada revisión, en la necesidad de una visión globalizadora con capacidad para reunir en el mismo seno textual aspectos literarios, sociales, políticos, artísticos o, entre otros, teóricos… o la novedosa y magistral reflexión sobre la lengua. En una palabra, el intento narrativo de una historia global que, por supuesto, también pasa por la presencia misma del individuo. Y, de ahí, la aparición como personaje del mismo Manuel Vilas gracias a varios nombres o reflejos como Manuela, Bobby Wilaz, César Vilas, John Vidal, Lomas...Un travestismo que, sin duda, pretende ir más allá de la pirueta risueña, por su capacidad no sólo para imaginar otras vidas, sino por dar aliento vital a lo probable.
Aire Nuestro busca conocer la realidad que es muy distinto de huir de ella. Y a ese fin responde la acumulada e ingeniosa fragmentación de textos que tan pronto reparan en la historia y la memoria cultural, literaria o política, como elevan el absurdo a la condición de verdad. A ello responde el pulular de íconos y personajes o la inclusión del mismo autor. Y, por supuesto, la ruptura con los modelos heredados. A ello, responde también la presencia o uso de la ironía, la acidez soterrada, el humor festivo, la carcajada… que ejercen de espejos y, en su distorsión, muestran una realidad total y radicalmente distinta a la pregonada y heredada. Y el riesgo se convierte en coherencia: Vilas vencedor.
RAMÓN ACÍN, publicado en Cuadernos Hispanomericanos, nº 717, marzo 2010
4 comentarios:
Felicita a Ramón por tan inteligente y esclarecedora reseña, la mejor de todas cuantas leí, sin duda.
Se puede decir más alto, pero no más claro. Bravo por Ramón!
...Bravo por ti, Vilas!
BRAVO, VILAS... Y BRAVO, RAMÓN.
A tremendous achievement, called to change the panorama of new spanish novel in the 21st century. Soon to be incorporated to the syllabus of universities around the globe
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