sábado, 28 de abril de 2012
domingo, 22 de abril de 2012
"LOS TÍTULOS INFINITOS" (ABC CULTURAL, 21-4-12)
Los títulos largos son peligrosos porque las bestias del olvido no
tienen piedad. Y cuando la novela tiene éxito siempre acaba abreviada en su
título. Abreviamos la gran novela de Cervantes llamándola “El Quijote”, cuando
vino a este mundo con el nombre de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha”. Lo mismo hacemos con “El
Lazarillo”, que se titulaba “La vida de Lazarillo de Tormes: y de sus fortunas
y adversidades”. La modernidad, en cambio, se hizo parca y económica. James
Joyce tituló a su libro “Ulises”, con una sola palabra. Franz Kafka y su amigo
Max Brod se estiraron un poco y le colocaron un artículo a la palabra esencial:
“El castillo”. También fue lacónico Jorge Luis Borges con sus “Ficciones”, o,
concediéndose la extensión del artículo, con “El Aleph”. Ya Gabriel García
Márquez intuyó que la largura lírica en el título podía ser un acierto, y allí
están su “El coronel no tiene quien le escriba”, o “Crónica de una muerte
anunciada”, o “El amor en los tiempos del cólera”, títulos que invocaban el
exotismo como virtud literaria, el exotismo del Tercer Mundo vendido en largos
títulos exuberantes para el mercado occidental.
En las mesas de novedades de cualquier librería pueden leerse títulos
larguísimos de novelas. Parece como si los autores y editores pensaran que la
amplitud del título va a alargar la vida comercial del libro, títulos como
tentáculos que se agarran a la mesa de novedades resistiéndose a ser devueltos
a los distribuidores o ser confinados en las estanterías alfabéticas. Confieso
que no me disgusta el celebérrimo título de Stieg Larsson, “Los hombres que no
amaban a las mujeres”; es un buen título,
porque lo normal es que los hombres amen a las mujeres; no amar a las
mujeres es un misterio; si quieres resolver el misterio, lee la novela.
Obviamente, yo no he leído la novela de Larsson. Para resolver estos misterios
lo que yo hago es ver la película. Las
películas, porque he visto las dos. Otro título largo y de éxito reciente es la
novela de Jonas Jonasson titulada “El abuelo que saltó por la ventana y se
marchó”. Es éste un título que sugiere la posibilidad de una ancianidad
contestataria, una ancianidad
alternativa y eso debe de vender seguro, pues todo el mundo quiere ser un anciano
“cool”. Aun me acuerdo de aquella novela inocente titulada “El niño con el
pijama de rayas”. La cursilería puede ser también mansedumbre ideológica.
Pero los títulos largos más conseguidos son los de Larsson: “La chica
que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina”, o “La reina en el palacio
de las corrientes de aire”. Son títulos que invitan a pensar en una
trascendencia humana detrás de esa selva de palabras: Usan la poesía, la usan
como reclamo, sólo como reclamo. La ampliación del título en una novela suele
jugar siempre con la sintaxis. Sí, la sintaxis, aquella vieja disciplina de los
bachilleres españoles, que consistía en analizar oraciones. Un título puede
calificarse de largo si contiene una oración subordinada, y especialmente si la
subordinada es de relativo. ¿Alguien recuerda las oraciones subordinadas de
relativo, también llamadas adjetivas? Son muy hermosas las oraciones
subordinadas de relativo. Elvira Lindo utiliza una subordinada de relativo para
titular su último libro “Lugares que no quiero compartir con nadie”. También lo
hace Belinda Alexandra en su novela “La lavanda silvestre que iluminó París”.
Los títulos con oraciones subordinadas de relativo buscan desafiar al lector
con un acertijo, buscan también un énfasis sentimental, una cierta euforia del
corazón. Kafka y Brod podrían haber titulado así: “El Castillo al que nunca
irías de vacaciones con tu novia japonesa”. Yo debería haber titulado mi última
novela de este modo: “Los inmortales de Central Park que desayunaban con las
ardillas enamoradas”. Lo digo por el título de Katherine Pancol: “Las ardillas
de Central Park están tristes los lunes”.
Charles Bukowski también hizo títulos largos, como “El capitán salió a
comer y los marineros tomaron el barco”. Este título me encanta. El título
largo de carácter irónico o con ánimo de broma es otra posibilidad. “El curioso
incidente del perro a medianoche” de Mark Haddon también era una título
irónico, o “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer” de David
Foster Wallace, con oración de relativo dentro del título. La literatura en
español también tiene sus larguras: “Izas, rabizas, y colipoterras. Drama con
acompañamiento de cachondeo y dolor de corazón” de Camilo José Cela, “La
princesa durmiente va a la escuela” de Gonzalo Torrente Ballester, “El disputado voto del señor Cayo” o “La
sombra del ciprés es alargada” de Miguel Delibes, “Veinte poemas de amor y una
canción desesperada” de Pablo Neruda, o “Yo era un tonto y lo que he visto me
ha hecho dos tontos” de Rafael Alberti. O en libros más o menos recientes como
“Mañana en la batalla piensa en mí” de Javier Marías, “El discutido testamento
de Gastón de Puyparlier” de Javier Tomeo, “Historia abreviada de la literatura
portátil” de Enrique Vila-Matas, “Proyecto para excavar una villa romana en el
páramo” de Luis Antonio de Villena, “El espíritu de mis padres sigue subiendo
en la lluvia” de Patricio Pron, “Perros que ladran en el sótano”, de Olga
Merino, “El Hacedor (de Borges), remake” de Agustín Fernández Mallo, “Plano
detallado del infierno” de Antonio Fontana, “Interior metafísico con galletas”
de Alberto Santamaría, “El testamento de amor de Patricio Julve” de Antón
Castro,, “Los pobres desgraciados hijos de perra” de Carlos Marzal, “La luz es
más antigua que el amor” de Ricardo Menéndez Salmón, o “Un buen detective no se
casa jamás” de Marta Sanz. Hay títulos que parecen engañosamente breves como “2666” de Roberto Bolaño. Son
breves de escritura, pero infinitos en su oralidad: dos mil seiscientos sesenta
y seis, nadie puede esperar a la llegada del último seis. Máxime cuando se
trata de una cantidad de valor alegórico. Ese título de Bolaño necesita un
recorte: “dos mil y pico”, o “dos y Satanás”. “Brevísima relación de la
destrucción de las Indias” de Fray Bartolomé de las Casas tal vez sea mi título
largo favorito. Hay en el corazón loco de la literatura una batalla invisible
entre armas cortas y armas largas. Los escritores venimos a este mundo a
disparar. Nos es permitido elegir el arma: una dulce, traicionera y diminuta
Derringer o una mortífera y gigantesca
Magnum del 44. Elige, si puedes.
domingo, 8 de abril de 2012
CELEBRACIÓN DE LA AMISTAD.
Ayer por la tarde me llamó al móvil Eloy Fernández Porta. Cuando vi su nombre en la pantalla de mi móvil pensé que Eloy estaba en Zaragoza y que llamaba para tomar unas cervezas. Pero no. Eloy estaba nada menos que en Nueva York con María Angulo. Me llamaba porque estaba en un bar de Nueva York y en ese bar estaba sonando "The Man Comes Around" de Johnny Cash. Me hizo muy feliz, muy, muy feliz Eloy con esa llamada. Qué bien, Eloy.
Esa canción, además, da título a un poema de mi próximo libro que sale en breve. Además, "The Man Comes Around" es la santa hostia, es perfecta.
viernes, 6 de abril de 2012
SEMANA SANTA. LUIS BUÑUEL.
La Semana Santa española es la película de terror más posmoderna de la historia del cine mudo. "Nosferatu" de Murnau o "El resplandor" de Kubrick o "La semilla del diablo" de Polanski son un cuentecillo de niños comparados con el Terror Absoluto de la Semana Santa española. La reivindico como el espacio más posmoderno de la Historia de España. Ya se dio cuenta Buñuel. Así es la Semana Santa española: Sórdida, salvaje, violenta, chapucera, irreal, sádica, masoquista, incestuosa, irreligiosa, atea, grasienta, humeante, carnosa, inútil, profundamente demoniaca.
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