Me dan pena los langostinos. Y no miento, es así. Vengo del Hipercor y hay miles de langostinos en exposición: en cajas, congelados, frescos, de todos los tamaños. Está el langostino tigre y el langostino salvaje y el langostino extra y el langostino XL. Las cigalas, las langostas, y el bogavante son la aristocracia del mar y hay muy pocos a la vista. Los mejillones y las gambas arroceras son el proletariado del mar, los exponen amontonados. Pero el langostino es la clase media. De ahí que triunfe en las pescaderías. Los españoles le hemos declarado la guerra al langostino. Y luego están los carabineros, que son langostinos armados. Imagino que hay más langostinos en los océanos que langostas y cigalas. Me parece el langostino una especie honrada, trabajadora y decente. Veo unas cigalas que valen 70 euros el kilo. En cambio, veo unos langostinos tigre por 14 euros el kilo. Los mejillones siempre están tirados de precio. Y las sardinas están tan tiradas de precio que ni las exponen. Hay una jerarquía marítima. Los percebes valen un riñón, y aquí la comparación me parece pertinente. A cada langostino que me como le asigno un nombre: Pepe, Mariano, Ramón, Jaime, Luis, Roberto, Manolo. Así me los como más tranquilo. Me chupo la cabeza de los langostinos con amor a todo lo creado, qué menos. No me gustaría ser un langostino en estas fechas. No me creo que los langostinos vengan del mar. No los veo entre las olas. Me parecen seres ficticios, creaciones biológicas de las Navidades, ecuaciones rojas del capitalismo festivo.
.........................
M.V., "Heraldo de Aragón", 28-12-10.