(foto: Xavi Calvo)
YO ME TOMO MÁS EN SERIO A MANUEL VILAS DE LO QUE ÉL SE TOMA A SÍ MISMO.
Vuelvo a estar en compañía de Manuel Vilas, después de cuatro o cinco meses. La última vez fue en Zaragoza, donde yo leí mi relato “Estrella del norte” y él tuvo la enorme amabilidad de acompañarme leyendo unos poemas de Calor. Esta vez nos ha juntado la revista Eñe, en su número 23, donde yo he publicado mi ensayo Museum Clausum, sobre la construcción histórica de la biblioteca privada y sobre mi propia Biblioteca Privada. Por su parte, Vilas incluye en la revista Selene Trips, uno de esos relatos suyos tan buenos que merecería ser un acontecimiento literario en sí mismo. Tal vez uno de los mejores que le he leído, que ya es decir. Selene trips trata, por intentar explicarlo brevemente, de un acontecimiento literario del futuro, en el año 2040, o mejor dicho, el gran acontecimiento literario, el definitivo. Siete poetas de todo el mundo, los mejores, apodados “los Siete Dioses”, son enviados por una prestigiosa institución cultural llamada “Juan Carlos I” a la luna, para que escriban un poema allí, a modo de apoteosis de la historia literaria. “La Luna será conquistada por la poesía, la humanidad está unida, forma un solo cuerpo y ese cuerpo es el de la poesía. El viaje de los Siete Dioses representa el primer momento universal de la nueva alianza de naciones; sabíamos que este momento estaba inscrito en el espíritu de la poesía, desde Homero; creo que el espíritu de la Grecia clásica, el espíritu homérico, alcanzará su máximo esplendor en el instante en que los Siete Dioses pisen la luna”. “Por fin la poesía hablará de la luna desde la Luna. Ya no habrá metáforas ni símbolos, sino realidad”. Vilas también usa el viaje para hablar del pasado y del futuro. Uno de los Siete Dioses, el anciano poeta Manuel Vilas, tiene una visión en que un extraterrestre está leyendo uno de sus poemas en el año 700.000 de una nueva era, en un tiempo en que se habrá “desvanecido el concepto de historia de la literatura universal”. Cuando la escritura lunar se imponga sobre los tenues intentos simbólicos del presente, “la percepción del tiempo pasado cambiará” y se inaugurará “una forma de entender el pasado que sea respetuosa con la propia inexistencia profunda del pasado”. Muchos de esos temas y motivos ya abundan en sus dos últimos libros de relatos: la trascendencia imposible de la poesía, posibilitada en un tiempo cósmico posterior al tiempo y a la historia, un Más Allá de la poesía a veces olímpico, a veces infernal y otras veces simplemente abstracto por la lejanía en millones de años. Unos temas tratados aquí con la misma indefinición ética y el mismo posicionamiento cambiante que han dado a muchos críticos y lectores el argumento de que en realidad Vilas es un puro ironista, la versión posmoderna de un cómico surrealista y gamberro. No en vano, Selene trips aparece dentro de un dossier que Eñe ha titulado “Clásicos del humor”.
Vayamos por partes. Incluir a Vilas en un dossier de clásicos del humor es gracioso. Muchos de los protagonistas epónimos de sus relatos se presentan como clásicos de la literatura. Su estilo es tan absolutamente reconocible y tan obsesivamente fiel a sí mismo que muchos ya casi pensamos en él como en un clásico. Por otra parte, en sus lecturas, Vilas potencia la vena humorística; elige sus poemas con más posibilidades de hacer reír y los lee con deliberada parsimonia, cara de palo y pausas teatralmente perplejas para que el público se ría. Y sin embargo, qué queréis que os diga. A mí Manuel Vilas no me parece en absoluto un humorista. Es más: yo no me río con sus libros. No me hacen gracia. También es verdad que yo no me río con casi nada, ni siquiera con mis humoristas favoritos. Pero Vilas me parece algo muy serio. Su literatura me fascina y me sobrecoge. Relatos como el fabuloso Selene trips me parecen artefactos terribles hechos con la materia de los sueños y me plantean cuestiones terribles sobre la muerte de la conciencia histórica y la idea de que el origen mismo de la cultura humana lleva incluido su final. Debo de ser el único que lee así a Vilas, o por lo menos estoy en minoría frente a quienes lo consideran irresistiblemente divertido. Yo lo considero irresistible, eso está claro. Pero el hecho de que el relato trate sobre siete poetas a los que mandan a la luna con trajes espaciales de diseño y los ponen a dar saltitos en la luna para las cámaras de los programas culturales no me parece que lo califique como humorista. De hecho, no me hace ninguna gracia. Ninguna gracia. Que cada cual saque sus conclusiones. Aprovecho para felicitar por el nuevo número a Toño y compañía, y por supuesto, agradecerle que me haya vuelto a reunir con el clásico escritor zaragozano sobre el que trata este post.