LAS RAZONES DEL AIRE
A mediados de enero de 2009 terminé de escribir y corregir Aire Nuestro. Creo que me costó un año largo hacer este novela, me refiero al hecho material –o casi laboral- de ponerme delante de un ordenador. Paso mucho tiempo al lado de este ordenador. No sé si ese tiempo es bueno, si es un tiempo humano, un tiempo de felicidad, o si es un tiempo de locura. Horas delante de una pantalla de ordenador, horas en que no estás en ninguna parte, raro tiempo laboral No hubiera escrito Aire Nuestro sin la música de Johnny Cash y de Elvis Presley. Digo estos dos, pero podría añadir más a la lista. Cash y Presley protagonizan varios episodios de la novela. Recuerdo que me cansaba escribiendo Aire Nuestro. Escribía diez minutos y tenía que parar durante unas diez horas, pero siempre venía un ángel vestido de pistolero que me decía “eh, Vilas, sigue, tío, sigue, que eso que haces saca muy buena pinta”. Para mí escribir es un trabajo físico muy duro. Me entra hambre, sed, angustia, ganas de que me paguen más, sensación de acoso laboral, incertidumbre profesional, ganas de desaparecer, todo esto me ocurre cuando me pongo a escribir. Me gustaría que lo hiciera otro. Me gustaría tener un robot telépata, y encargarle a él la escritura de mi novela, que el robot sacara la novela de mi cerebro mientras yo me dedicaba a tomar el sol, dormir, bañarme en el mar, beber, comer, pasear, viajar.
Quise que Aire Nuestro fuese una fiesta. No quise ninguna ley. Quise escribir con una libertad peligrosa. Porque si no lo hacía así, me aburría. El primer capítulo de la novela, el que narra el viaje a España de Johnny Cash, es una lucha contra el aburrimiento. Cash se metió en mi vida, yo me metí en la suya. El Pop consiste en eso: un tipo se mete en tu vida con canciones y con promesas. También es una lucha contra el aburrimiento el capítulo dedicado a los amores de los poetas homosexuales en sus correrías por el Purgatorio. Creo que una vez muertos hay que espabilar, ponerse a hacer algo, para no pudrirte de aburrimiento. Una vez muerto, ¿qué demonios hago? ¿Dormir, tal vez soñar? No, nada de eso, seguro que se puede hacer algo que valga la pena. Toda mi novela hace de la excentricidad un parapeto contra el hastío y contra la alienación y contra la melancolía.
A veces me gustaría convertirme en una novela. Ser yo mismo una novela. No tener que escribir una novela, sino presentarme yo mismo como si en vez de un ser humano fuese una novela. Ser páginas escritas en vez de un cuerpo.
Aire Nuestro es un homenaje a Elvis Presley, a su simbólico paso por la vida. Elvis cambió el mundo tanto como lo hicieron Marx, Nietzsche o Freud. Por eso sale en la novela. Para mí Elvis es como una explosión similar a la del Big-Bang. Me da pena, ahora que releo la novela, que no salgan en ella Joy Division. No sé cómo dejé fuera a los Joy. Elvis me ayudó a vivir. Por eso en mi novela Elvis es como un santo tutelar. Ayuda a los personajes a mejorar sus vidas. Ayuda a que todos terminen haciendo el amor. Elvis se metió en mi vida, yo me metí en la suya. Varios capítulos de mi novela terminan en orgías en las que suena Blue Moon de Elvis. ¿Han oído ustedes Blue Moon en la voz de Elvis? Ah, amigos míos, esa canción es el mayor espectáculo del universo. Cuando mis personajes la oyen, se ponen a hacer el amor como auténticos depravados. No pueden hacer otra cosa, y la realidad del mundo entonces se convierte en algo ridículo.
La festividad es digna de oración. El gran día de fiesta que estalla en los corazones y mata toda construcción humana que no dé placer carnal. Allí está mi novela, en esa fiesta. El maravilloso carnaval, el travestismo glorioso, el afán de tocar cuerpos, el afán de luz y de muerte de la responsabilidad. Todos mis personajes odian la responsabilidad. Son unos jodidos irresponsables. Ahora que lo pienso, he sido muy feliz escribiendo estas historias. Pero las podía haber escrito otro mientras yo estaba en la playa, tomando el verdadero sol.
También sale mi padre en la novela. Aparece en el canal de “Teletienda”, en el capítulo titulado “Carta al hijo”. Me gusta mucho ese capítulo. Qué bien está mi padre allí. Qué chulo y qué guapo está. Mi padre era alto. Medía un metro ochenta y uno, que para la época está muy bien. Claro que esa carta de mi padre es una vuelta de tuerca sobre la carta al padre de Kafka. Pero el capítulo dedicado a mi padre está escrito con conciencia de clase social. Mi padre se esforzó mucho en vida en disimular la clase social de la que procedía, y lo hizo, claro está, con mucha clase; finalmente, podemos decir de dónde venimos y mantenernos de pie. Hemos sido imperdonablemente pobres, por eso tenemos ganas de comernos las cabezas de los ricos, con los ojos dentro. Salen comunistas que vienen desde el Tercer Milenio en mi novela, claro, viajando por el tiempo, luchando contra el aburrimiento. Son comunistas feroces, neopunks. El comunismo y el punk regresarán, yo estoy trabajando en esa línea. Regresarán esos tipos que creen en otros tipos. Beberemos vodka cuando llegue el fin del mundo. También regresarán los pistoleros legendarios de los westerns de Sergio Leone. Mi padre me escribe desde el Purgatorio. No sé si le haría mucha gracia a mi padre verse dentro de una novela. Hay muchos misterios que ya no son de este mundo ni de ningún mundo posible. No son de ninguna parte. Son lo que yo llamo “los misterios bastardos”. Sale mucho la monarquía española en mi novela. Es muy difícil explicar mi relación literaria con la monarquía. Mi libro de poemas Calor (Visor, 2008) se abría con la retransmisión televisiva de la boda del Príncipe Felipe. Tal vez de allí surgiese la idea de la invención de un imperio televisivo que se llamase “Aire Nuestro”. Me hice propietario de una cadena de televisión y diseñé una programación para el fin de semana, y eso es, básicamente, “Aire Nuestro”.
Yo quise escribir una novela que fuese como la canción “Atmosphere” de Joy Division o como “Man in Black” de Johnny Cash. Leer la novela, y quedar enamorado. ¿Enamorado de qué? De todo. Enamorado de todo, hasta de las vísceras de los cerdos, como se narra en el capítulo titulado “cerdos”: la creación de cerdos nuevos en los mataderos. Ve a los mataderos, parece decir mi novela. En los mataderos de cerdos, allí está la vida más grande. Quise que detrás de las palabras de mi novela sonasen voces enamoradas. Quise que hubiera una gran fiesta llena de luz sólida. Que regresasen los muertos dispuestos a volver a vivir más. Por eso me inventé el canal “telepurgatorio”. Pensé en mí mismo cuando me muera, pensé que me gustaría ser un muerto activo, un muerto estresado, un muerto que conduce coches estupendos. He escrito por ahí que toda mi obra literaria es un himno a la automoción. Creo en los coches. Creo que de muerto se podrá seguir conduciendo maravillosos automóviles. Porque, como dicen los legionarios, la muerte no existe. He amado los coches con toda mi alma. He hablado con ellos. Los he tratado con amor. He procurado siempre que mis coches durmieran en garajes. Si ellos están bien, yo me quedo tranquilo.
También pensé que probablemente yo ya no voy a ser un hombre demasiado libre. Entonces me dije: “que sea libre tu novela, y tú dentro de ella”. Yo creo que esa es la razón de que en mi novela salga con mucha frecuencia un tipo que se llama Manuel Vilas. Me hubiera gustado ser tanta gente. Me hubiera gustado ser el Presidente de los Estados Unidos, me hubiera gustado ser el Che Guevara, me hubiera gustado ser Greta Garbo. Me duele ser solo uno. Me hubiera gustado ser el pistolero que aparece en ese breve western titulado “Final de la Eurocopa”. En un capítulo me llamo Richard Vilas y soy un negro guapísimo. Llegué a pensar que Lou Reed era una invención mitológico-tecnológica de la CIA. Pensé en la gran colonización. Pensé en el sobrepeso de Elvis. En la inmensa putada que es estar gordo, cosa que entiendo perfectamente porque yo siempre tengo hambre y sed. Por ejemplo, a las diez de la mañana ya tengo un hambre descomunal. Creo que la única manera de perder peso sería morirme un rato todos los días, pegarme diez horas muerto cada día. Pensé en los gobiernos de los grandes países de la tierra, en los grandes controladores del capital, pensé en los presidentes, en los enigmáticos jefes del planeta, en los jefes de las multinacionales. Incluso me dio por pensar en el gerente de la imprenta donde se imprimió Aire Nuestro, pensé en el impresor que tuvo en sus manos el primer ejemplar de Aire Nuestro y dijo “Ok, queda bien así, que se imprima”. Pensé en nuestra encarnación festiva. Pensé en un comprador de Aire Nuestro, que lee una página de la novela al azar y esa página le recuerda a su padre, y dice “joder, tío, qué bien, Vilas está mucho peor que yo, qué bien, qué tranquilidad, qué gusto, qué consuelo, tío, qué gran tipo es este Vilas”. Pensé en el olor corporal de la princesa Doña Letizia. Pensé en la talla brevísima de los sujetadores de Doña Letizia. Pensé en tatuarme su nombre en un brazo. Pensé en el minúsculo hueso extirpado de su nariz, en su destino final, metido en una cápsula de ébano que atraviesa los siglos venideros hasta convertirse en una reliquia anónima en las manos de un Vilas del futuro que decide tragarse ese hueso envejecido y polvoriento. Pensé en el paradero de los pantalones de la década de los setenta de Juan Carlos I. Pensé en los cadáveres maravillosos de las novias de Carlos Gardel. Pensé en el metro ochenta y seis de Johnny Cash (que se convierte en un metro noventa con el tupé) metido en un ataúd que viaja por Estados Unidos en una limusina negra. Pensé en que yo conducía esa limusina. Yo delante, conduciendo, bebiendo una cocacola light, Johnny detrás, en la caja. Hablando con Johnny, vestidos de negro los dos. Pensé en el Seat 850 del capítulo titulado “Return To Sender”, que se convierte en una maldición andante: va por allí destrozando la vida de la gente. Hay en toda la novela una gran oración por los coches, porque los coches son mejores que la verdad y la belleza. Si comprimieras el siglo XX hasta convertirlo en un solo rostro, ¿qué saldría? Saldrían dos cabezas juntas: la cabeza de Elvis Presley al lado de la cabeza del Che Guevara: la utopía de la coca-cola y la utopía de la estrella roja en la frente.
Ah, y luego está el asunto de esa tal Manuela Vilas que sale en las páginas 44 y siguientes. En mi novela, Manuela Vilas dirige el Instituto Cervantes de Nueva York. Me hubiera gustado desarrollar más ese personaje. Tenía que haber hablado más de su vida en Nueva York, de sus novios, de sus subordinados en el Cervantes de Nueva York, de su apartamento, de sus gustos gastronómicos, de sus amigas, de su adicción al Efferalgan 1 gramo. Se me quedó en el tintero la gran Manuela, una tía divertidísima y muy culta, una gran gestora cultural. Veo sus trienios otorgados por la administración española. Veo su hoja de servicios. Veo a Manuela paseando por la Quinta Avenida con un ejemplar de Aire Nuestro en la mano. Va sonriente. No lleva bragas. Ha quedado con un negro. Qué bien. Qué sonrisa lleva en los labios, qué guapa se la ve, cuánto se ha pintado, madre mía, qué perfumada va. Esa tía es un huracán. Esa tía es la mejor de las mujeres y de los hombres.
Se me olvidaba decir, porque lo dirán, que ya sé que el capítulo dedicado a Johnny Cash puede leerse con el fondo cortazariano de “El Perseguidor”. Lou Reed hizo un disco brillante en los años setenta, se titulaba “Berlin”. En él había una extraña canción que se titulaba “hombres de buena fortuna”. Yo me siento afortunado. Creo que no me falta de nada. Podría ser más guapo, sí. Aun puede que llegue a tiempo a las venideras tecnologías de cirugía facial, indoloras, baratas, democráticas y espectaculares en sus conquistas. Por cierto, yo no tengo por qué reverenciar el mundo que hicieron hombres a quienes no conozco de nada y que nunca me preguntaron nada, en eso soy muy Holden Caulfield, muy Salinger. Que quieres reverenciar tú ese mundo, me parece muy bien, pero no me llames irreverente, iconoclasta, provocador, mala bestia, y todo eso, por el solo hecho de ejercer mi libertad de ser humano. Creo que ya he perdido el control. Cuánto me gusta esa palabra: “Control”. Mataría por ella.
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Manuel Vilas, publicado en "Cuadernos Hispanoamericanos", núm. 714, diciembre, 2009.
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Nota retrospectiva de Vilas: me encanta eso de tatuarme en el brazo "doña Letizia".